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20 septiembre 2010

A propósito del 15 de septiembre


por Hugo A. Us. 16-09-10
Escolares portando antorchas, desfiles que evocan inexistentes glorias marciales, uniformes militares de fantasía, bandas musicales, jóvenes contorsionándose a lo cheer leaders gringas, saludos a la bandera… ¡ah!, y el caos vial que esto genera.
Esa es casi invariablemente la imagen que nos viene a la mente cada vez que pensamos en cómo suele celebrarse en Guatemala la independencia política del otrora imperio español. No deja de haber demasiado artificio en todo esto, o incluso fingimiento, exceso de actuación, como sustitutos a demostraciones más genuinas, más naturales o más sentidas. En el vecino del norte, en cambio, la gente se vuelca masivamente a las plazas públicas, espera la media noche para dar el grito de independencia motivados por el Presidente Municipal, el Gobernador o el mismo Presidente de la República; ellos evocan y gritan vivas a sus héroes; nosotros ni siquiera los tenemos. Es que al final de cuentas esta parafernalia nuestra es quizá reflejo de la manera en que nació el país como estado independiente que, como se sabe, fue más el producto de un acuerdo entre una élite criolla reducida, molesta por el trato que recibían de la península. Se trató de un acto de espaldas al pueblo (basta ver el considerando del acta de independencia) y ajeno a las grandes gestas heroicas registradas en el vecino del norte o en los países del sur para emanciparse del imperio (se puede hablar acaso de un Morelos, un Hidalgo, un San Martí o un Bolívar centroamericano?).
Así surgió el estado guatemalteco (categoría jurídica, más que política) junto con el resto de Centroamérica, más no así la nación guatemalteca; ese parece ser aún un proyecto inconcluso. Y es que como realidad social y cultural por excelencia, el proyecto de nación guatemalteca aún enfrenta serios desafíos para cuajar. Con grandes desigualdades económicas, sociales y políticas, es sin duda difícil pretender despertar un sentido de pertenencia y de unidad en la población. Quizá cuando más cerca se está de eso es cuando juega la selección nacional de fútbol a pesar de sus magros resultados de casi siempre. Pero hay una falla acaso más grande en el proyecto de nación y tiene que ver con la falta de inclusión de los pueblos indígenas como sujetos plenos en todos los ámbitos. Parafraseando a Anderson, pareciera ser que en la comunidad guatemalteca imaginada, el indígena está ausente, no es bienvenido o, peor aún, no existe; en una palabra, no es imaginado en el retrato de la nación. Esto se refleja en las aún difíciles relaciones interétnicas en el país, tan marcada por la estratificación, no de jure pero si acaso de facto. También se refleja en la falta de aceptación real de la diversidad cultural y de la transformación de la naturaleza monocultural del estado guatemalteco, en donde quizá ya no se apuesta por la asimilación o el mestizaje, pero si por la noción según la cual acá todos somos iguales, todos somos guatemaltecos o puros chapines, conceptos carentes de todo contenido sustantivo que se pierde en la demagogia política o en el discurso simplón de ciertos comentaristas.
Recuerdo a propósito un evento dizque para celebrar la independencia que organizó cierto canal de televisión en donde se invitaron a “personalidades” y se reconocieron, mediante un galardón recién inventado, la trayectoria de otras “personalidades”. De lo que podían trasmitir las cámaras, se podía observar que no figuraba entre los invitados que departían en la cena y menos entre los galardonados, ninguna persona indígena. Evidentemente parecen no ser considerados personalidades, ni dignos de merecer un galardón y en fecha tan emblemática, nada menos que en el día de la independencia (el término a estas alturas resulta ocioso).
Pareciera que el indígena sigue siendo un sujeto de segunda categoría. Sólo cuenta para las postales turísticas, para los stands en las ferias internacionales para promocionar el país en el exterior y para los festivales folklóricos. Fuera de eso, lo que debe promocionarse, según la concepción que prevalece, es el inglés y no los idiomas mayas en las aulas, “la modernidad” y el “desarrollo”. Ni que hablar del reconocimiento de sus sistemas jurídicos, su organización social y no digamos, de mayor representación política. Anderson, acaso el teórico moderno más influyente del nacionalismo, nos dice que una nación es imaginada porque “aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”. Ciertamente, es difícil pensar siquiera en un bosquejo de nación guatemalteca cuando gran parte de sus miembros no son imaginados como parte de una misma comunidad. Se habla que el estado guatemalteco es aún un proyecto inconcluso, pero considero que este proyecto tiene más posibilidades de concretarse (a pesar de lo que parece faltarle), que el proyecto de nación. El reto es entonces pensar en una comunidad imaginada donde la diversidad esté presente de forma sustantiva, ¿podría ser esto posible? Mientras eso no ocurra el 15 de septiembre seguirá siendo sólo un feriado más, de infaltable caos vial, un día sin ningún significado real por el cual celebrar y, en verdad, una parafernalia sin sentido.

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