Con
el aumento de la productividad campesina desde mediados del siglo
pasado, por la introducción de fertilizantes químicos y semillas
mejoradas, se generaron excedentes de producción que dinamizaron el
mercado agrícola, artesanal e industrial.
Son ya referentes clásicos los trabajos de Sol Tax (1964) y los
estudios de Carol Smith sobre redes de comercio indígena en Totonicapán.
Ambos demostraban el potencial de acumulación de las sociedades
indígenas en el comercio y el significativo peso que tenían –a contrario
sensu– en el ingreso doméstico indígena. A finales de los setenta e
inicios de los ochenta esas redes experimentaron un auge inusitado.
Mientras el modelo económico oficial crujía –depresión de precios
internacionales, desórdenes cambiarios y restricciones de crédito–
comerciantes del alto occidente (Almolonga y Zunil en Quetzaltenango,
San Francisco El Alto en Totonicapán), productores asociados en
cooperativas o quienes habían formado ahorro con el cultivo del
cardamomo (Alta Verapaz), expandieron sus negocios por medio de las
viejas rutas comerciales que operaban a contrapelo del sistema.
Esas mercancías, no sujetas a gravámenes, penetraron los mercados
ladinos del Centro, Oriente y Sur del país, y traspasaron las fronteras
de Centroamérica y el sur de México. El auge del comercio indígena era
notable porque coincidía con la caída del comercio tradicional
controlado por las elites ladinas y blancas. Así, mientras los primeros
se capitalizaban sin conectarse mayor cosa con el sistema bancario, los
otros quebraban.
Esa tendencia de crecimiento comercial indígena se ha mantenido
durante el último cuarto de siglo y ha estabilizado el ascenso social de
importantes sectores indígenas que diversificaron sus inversiones a la
compra de tierras, el comercio formal, la exportación de productos no
tradicionales, y facilitaron la formación de la más nutrida generación
(cosmopolita) de intelectuales indígenas en por lo menos 200 años.
La emigración desde las regiones indígenas hacia EE. UU. y el retorno
del trabajo por medio de remesas ha apalancado consumo, educación y
servicios, la compra y mejora de bienes muebles e inmuebles. En algunos
casos, incluso, ha habido transferencia directa de tecnología
manufacturera de confección, dando impulso a nuevos procesos de
maquila.
A fines de los noventa se incorporó a ese paisaje económico el
Banrural, que facilitó los flujos financieros. Se ha dicho que la clave
de su éxito es un equilibrio entre el carácter social (de lo público) y
la dimensión de rentabilidad (de lo privado), pero más allá opera el
principio de “tierra virgen” del capitalismo: producir riqueza donde
otros ven pobreza y comprender la cultura de la “economía del centavo”,
diría Tax. Una pequeña revolución económica silenciosa ha ocurrido en el
país.
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