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30 agosto 2012

Una revolución silenciosa

El auge del comercio indígena

Edgar Gutiérrez
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Con el aumento de la productividad campesina desde mediados del siglo pasado, por la introducción de fertilizantes químicos y semillas mejoradas, se generaron excedentes de producción que dinamizaron el mercado agrícola, artesanal e industrial.

Son ya referentes clásicos los trabajos de Sol Tax (1964) y los estudios de Carol Smith sobre redes de comercio indígena en Totonicapán. Ambos demostraban el potencial de acumulación de las sociedades indígenas en el comercio y el significativo peso que tenían –a contrario sensu– en el ingreso doméstico indígena. A finales de los setenta e inicios de los ochenta esas redes experimentaron un auge inusitado. 

Mientras el modelo económico oficial crujía –depresión de precios internacionales, desórdenes cambiarios y restricciones de crédito– comerciantes del alto occidente (Almolonga y Zunil en Quetzaltenango, San Francisco El Alto en Totonicapán), productores asociados en cooperativas o quienes habían formado ahorro con el cultivo del cardamomo (Alta Verapaz),  expandieron sus negocios por medio de las viejas rutas comerciales que operaban a contrapelo del sistema. 

Esas mercancías, no sujetas a gravámenes, penetraron los mercados ladinos del Centro, Oriente y Sur del país, y traspasaron las fronteras de Centroamérica y el sur de México. El auge del comercio indígena era notable porque coincidía con la caída del comercio tradicional controlado por las elites ladinas y blancas. Así, mientras los primeros se capitalizaban sin conectarse mayor cosa con el sistema bancario, los otros quebraban. 

Esa tendencia de crecimiento comercial indígena se ha mantenido durante el último cuarto de siglo y ha estabilizado el ascenso social de importantes sectores indígenas que diversificaron sus inversiones a la compra de tierras, el comercio formal, la exportación de productos no tradicionales, y facilitaron la formación de la más nutrida generación (cosmopolita) de intelectuales indígenas en por lo menos 200 años.   

La emigración desde las regiones indígenas hacia EE. UU. y el retorno del trabajo por medio de remesas ha apalancado consumo, educación y servicios, la compra y mejora de bienes muebles e  inmuebles. En algunos casos, incluso, ha habido transferencia directa de tecnología manufacturera de confección, dando impulso a nuevos procesos de maquila. 

A fines de los noventa se incorporó a ese paisaje económico el Banrural, que facilitó los flujos financieros. Se ha dicho que la clave de su éxito es un equilibrio entre el carácter social (de lo público) y la dimensión de rentabilidad (de lo privado), pero más allá opera el principio de “tierra virgen” del capitalismo: producir riqueza donde otros ven pobreza y comprender la cultura de la “economía del centavo”, diría Tax. Una pequeña revolución económica silenciosa ha ocurrido en el país.

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